Entre Carson y Capote: La construcción de una escritura nonfiction sobre el entorno natural y humano

Después de unas semanas de estar fuera de circulación por alguna razón extraña y ajena a mí, Publica o perece regresa.

El género literario denominado “escritura ambiental” (environmental writing), al menos así conocido en los países de habla inglesa, emergió como tal a partir de que la obra de Rachel Carson, Primavera silenciosa (Silent spring) se publicara en 1962. No es que este trabajo fuera el primero en este género, ¡para nada!, pues desde siglos atrás se escribieron en diversos idiomas libros que tenían como tema la naturaleza ambiental de lugares comunes o territorios exóticos. Sin embargo, lo que hace diferente el libro de Carson de obras anteriores, son esencialmente cuatro cosas:

(1) que describe un acto humano consistente en el uso de biocidas, mejor conocidos como plaguicidas, para combatir fauna nociva y hierbas malas en los Estados Unidos de principios de los 50´s del pasado siglo, y su consecuente impacto mortal –daño colateral, como le llaman ahora–  sobre multitud de especies de organismos inofensivos,

(2) que enuncia que las sustancias químicas utilizadas contaminan el aire, el agua y el suelo, que persisten en el entorno, y que su dispersión se extiende más allá del horizonte,

(3) que hace ver a la gente que no todo lo que produce la ciencia y la tecnología es favorable al hombre y la naturaleza, pues en esa época de postguerra surgió con fuerza un cientificismo utilitarista a ultranza, que aún persiste, por el que se considera a la ciencia como la panacea para acabar con todos los problemas y la solución del futuro del hombre, y (4) que dio paso al movimiento ambiental mundial.

Primavera silenciosa se trató de un sencillo libro de divulgación ambiental escrito por la mejor conocedora del tema en ese momento, y dirigido a las masas. Por la manera en que la autora abordó el tema, con objetividad pero a la vez con un agudo estilo literario, se convirtió en lo que ella misma denominó: una fábula, en algo que para muchos fue un cuento de terror químico.

Otro fenómeno literario que ocurrió en esos momentos en los Estados Unidos fue la aparición, en 1966, del bestseller de Truman Capote A sangre fría (In cold blood), basado en un homicidio múltiple cometido por dos vagos en un pueblo rural de Kansas. Hoy se escriben miles de libros como ese al año y narran homicidios más horrendos que los de la historia de Capote. Pero esta historia, que por lo demás también fue muy bien escrita, fue fundadora de lo que desde entonces se denominó nonfiction; es decir la narración literaria de una historia verdadera que toca los más íntimos detalles del acontecimiento, y profundiza en los pensamientos y motivos que los asesinos posiblemente tuvieron al cometer la matanza.

No era lo mismo una novela que contaba una historia ficticia o un relato que daba nota superficial de un asesinato de mentiras, que describir con pelos y señas, reviviendo tensa y despiadadamente el episodio, un acto lleno de crueldad y saña que iba más allá de la imaginación.

Estas obras, que en apariencia no tienen nada en común, incidieron en el colectivo americano mostrándoles cómo era que la realidad en su genuina dimensión, que iba más allá de la mirada miope y adormecida del ciudadano ordinario, presente tanto en la naturaleza como en la sociedad, se producía de la manera más brutal y atroz de lo que mostraba la literatura, el cine y la nueva televisión.

Este despertar, porque así se le podría llamar, en medio de los cambios que también se dieron en la música en la década de los 60´s y que empujaron a los jóvenes hacia la informalidad y la rebeldía, y luego al problema de las drogas que tiene hoy día a media humanidad ensartada, trajo la atención del mundo hacia los estropicios que estaba haciendo el hombre contra el ambiente y contra sí mismo. Paul Ehrlich retomó viejas teorías sobre el crecimiento masivo del género humano, que ya había planteado Malthus a fines del siglo XVIII, y en 1968 publicó La bomba poblacional (The population bomb), donde se planteaba el desmesurado poblamiento del planeta por nuestra especie y el impacto que esto provocaría si no se cambiaba la tendencia mediante el control poblacional.

El acercamiento a la cruda realidad de la vida diaria del hombre y a lo que ocurría en el ambiente por motivo nuestro, despabiló a miles de comunes, quienes se convirtieron en activistas ambientales con una causa que defender (muchos asociados en grupos como Greenpeace, Friends of the Earth, y otros grupos que fueron pioneros).

Y como consecuencia, en 1970, vino la invención del Día de la Tierra en los Estados Unidos, que se celebra el 22 de abril, y que se convirtió en una conmemoración o recordatorio mundial de que sólo había una tierra y que había que cuidarla. Sin embargo, debo mencionar, un hecho poco conocido es que 20 años antes, en 1950, el científico mexicano Eduardo Aguirre Pequeño, fundador de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad de Nuevo León, propuso honrar al ambiente instituyendo un día de celebración, el 4 de abril, que sería recordado como el Día de la Naturaleza. Esta fecha la propuso porque conmemoraba el natalicio de un médico humanista y naturalista mexicano, José Eleuterio González “Gonzalitos” (1813-1888), quien aconsejaba a sus estudiantes:

“El gran libro de la Naturaleza, abierto siempre ante los ojos del que quiera escudriñarlos, no envejece, no caduca, siempre nuevo, siempre útil, jamás agotado, es el que da la más sólida instrucción: cualquiera que sea la profesión que el hombre ejerza, tiene que consultarlo si no quiere equivocarse.”

Nadie recogió el guante que lanzó Aguirre Pequeño.

Pero ya en los 70´s, los escritores, científicos y periodistas no se quedaron quietos, pronto suscitaron una avalancha de artículos y libros destinados a concientizar la causa ambiental para salvar al planeta de nosotros mismos. Así, grosso modo, se requeriría todo un tratado para descombrar este asunto, y a la par se fue desarrollando y consolidando el género de la escritura ambiental.

Volviendo a nuestra realidad, a pesar de todo el esfuerzo realizado por miles de ambientalistas en todo el mundo, las cosas parecen ir de mal en peor. Cabe preguntarse, ¿cómo estaríamos si no hubiera surgido el movimiento ambiental en todas sus expresiones? Llámense a estas literarias, musicales, fílmicas, académicas, civiles, etc.

Para darnos una idea de cómo ha ido la humanidad, sólo mencionando al ser humano y no lo que ha ocasionado en la biosfera, basta mirar las cifras de la población global que había cuando Ehrlich publicó La bomba poblacional en 1968 y la población global del año actual 2013.

Población mundial en 1968 = 3,485,194,887

Población mundial en 2013 = 7,079,221, 233 (en el instante en que se tomaron los datos del US Census Bureau).

Lo que a la humanidad le tomó multiplicarse desde su origen hasta el año 1968, solamente le tomó al hombre moderno poco menos de 45 años. Es decir, la población mundial se duplicó en un parpadeo de la historia humana… gracias a la ciencia y la tecnología. Y la mesa no creció; por el contrario, los recursos que la abastecían van a la baja.

Una de las mejores herramientas para conscientizar a la gente sobre el montón de fenómenos que están deteriorando nuestro mundo, es la comunicación ambiental a través de la expresión escrita. Redactada en el ciberespacio sin emplear papel.

Victoriano Garza Almanza