LA CENSURA Y EL COMISARIO

Es sabido que aunque la censura no exista oficialmente su práctica es común, así sea disimuladamente, en gobiernos, instituciones y medios de cualquier parte. La intolerancia a otras razas, lenguas, religiones, ideas políticas o expresiones culturales, es la actitud que subyace a la censura. El daño que la censura produce en las sociedades puede llegar a ser irreversible y afectar su futuro. No es gratuíto que buena parte de la sociedad mexicana se halla alborotado por el acto de intolerancia que el sr. Carlos Abascal, Secretario del Trabajo y Previsión Social, mostró en días pasados por el hecho de que su hija tuviera que leer en el colegio las obras: Aura de Carlos Fuentes y Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez, las cuales contienen, a su modo de ver, pensamientos inmorales. Su preocupación surgió como padre de familia y en un entorno privado, por lo que envió una nota de queja a la directora de la escuela. Por ser quien es el sr. Abascal, la nota no fue desatendida por las autoridades del colegio por lo que su palabra, así fuera en voz baja, pesó lo suficiente como para que se vieran en la obligación de tomar medidas contra la maestra de español. La falta de la instructora fue encargar la lectura de las obras mencionadas. De tal forma, la queja del sr. Abascal afectó los derechos de otras alumnas y de la maestra, quien perjudicada se encargó de hacer trascender la noticia. La historia del hombre es la intolerancia. En la desaparecida Unión Soviética, pavimentada con la ideología marxista leninísta, se llegó a suponer que había una ciencia comunista y otra capitalista, una literatura proletaria y otra burguesa. La censura incentivó el crecimiento de unas disciplinas, las que favorecía la dictadura por su carácter ideológico, pero acabó con otras. Por ejemplo, el seudo-científico Trofim Denissovitch Lysenko generó una “ciencia agrícola proletaria” que dio al traste con la biología científica rusa, la cual era competente al comienzo de la era soviética. Más que ciencia, lo que Lysenko pregonaba era una serie de creencias que exhortaban al desarrollo de técnicas de propagación vegetal para producir más alimentos para el proletariado, técnicas como la transformación de productos del campo de invierno en productos de verano, a la vez que acusaba a los académicos de teóricos, gastadores, improductivos y enemigos del Estado. Lysenko, cuya única preparación eran dos cursos ––uno de horticultura y otro de técnicas de propagación de plantas––, causó persecusiones y desapariciones de científicos. Logró la negación oficial de la teoría genética y provocó, al convertirse en asesor y ministro de Stalin y luego consejero de Krutschev, la erradicación de la investigación genética en la URSS. La influencia de Lysenko sobre la biología soviética se extendió desde 1927 hasta 1965, con lo que su país perdió terreno en las investigaciones de la biología aplicada ante las naciones occidentales. En 1974 el Ministro de Agricultura de la Unión Sovietica hizo pública la catástrofe cerealera de su país, originada en gran medida por las “técnicas dialécticas” de la biología proletaria de Lysenko, crisis que en lugar de atenuarse continuó haciendose cada vez más profunda e incontrolable. En los ochentas, la crisis del campo soviético jugó un papel preponderante en la caída de la Unión Soviética. En esta época Rusia aún padece las consecuencias del lysenkismo. Pero en occidente también existen situaciones de censura importantes. Actualmente hay escuelas y universidades, en los Estados Unidos, donde se prohibe la enseñanza del origen de la vida según lo explica la ciencia. La posición asumida por quienes actuan de este modo, denominados “creacionistas”, se debe a que esa parte de la biología contradice el dogma de la creación enunciado por las Santas Escrituras. La censura también es un reflejo del temor. Según Herbert Mitgang, antiguo periodista del Times que hace unos años publicó el libro Archivos peligrosos, una obra sobre “la guerra secreta contra grandes autores”, el gobierno estadunidense inició, desde los primeros años del siglo XX hasta la fecha, una histérica vigilancia sobre afamados escritores. La CIA, el FBI y otras agencias de inteligencia eran las encargadas de observar o espiar a esos escritores porque ellos y su obra, así lo estimaban, eran una amenaza potencial a la seguridad nacional. Aldous Huxley era vigilado porque sus libros, principalmente Un mundo feliz, alertaban sobre los excesos de la ciencia, los científicos, y su impacto negativo. Thomas Mann, era sospechoso por ser de origen alemán. William Faulkner, porque su obra tocaba asuntos de política y de derechos civiles, particularmente de los negros. Pearl S. Buck, por haber sido criada en China y admirar al pueblo chino. Sinclair Lewis, por promover la lectura y fomentar la creación del club del libro. En este caso particular, agentes de inteligencia se inscribían al club del libro para averiguar que clase de libros rentaba Lewis. Ernest Hemigway era sospechoso por su participación con los republicanos durante la guerra civil española. John Steinback, porque su patriotismo estaba en entredicho. Dorothy Parker, por ser miembro de la Algonquin Round Table, agrupación tenida por el FBI como la mayor amenaza a la seguridad de los Estados Unidos. La cantidad de autores en esa lista negra de esas agencias es interminable: Dashiell Hammett, Irwin Shaw, Truman Capote, Thorton Wilder, William Saroyan, Lillian Hellman, John Dos Passos, Tennessee Williams, Edmund Wilson, Graham Greene, y Hannah Arendt entre muchos otros. Mitgang declara que hay muchos más autores vivientes en esos archivos, pero que por respeto a su privacía dejó fuera de la obra; no obstante, algunos de ellos, como Norman Mailer y John Kenneth Galbraith, no tuvieron impedimento de ser nombrados. A veces el puritanismo, la censura que inflige un gobierno a los gobernados o un padre a sus hijos peca de exceso. Luis Spota escribió en 1963 La carcajada del gato, novela que se basa en un hecho de la vida real, en la vida de un vendedor de plaguicidas que por más de veinte años mantuvo cautiva a su familia dentro de su propia casa, por miedo a que fueran contaminadas por la inmoralidad y la maldad del mundo exterior, que estaba al otro lado de la puerta de entrada. En 1972, la historia fue filmada con el nombre de El castillo de la pureza, dirigida por Arturo Ripstein. El eje de la intolerancia suele ser un sujeto siniestro. En la extinta Unión Soviética y en la China Popular había un personaje, el censor oficial, cuya presencia ponía a temblar a quienes le rodeaban o se sabían escrutados por su mirada vigilante; era el Comisario, una especie de inquisidor moderno. El destino de sus víctimas fue el aislamiento, el exilio en el Gulag o la muerte. Entre los afectados por los Comisarios se cuentan a Bábel, Meyerhold, Bulgákov, Pasternak, Gorki, Platónov, y cientos de autores más. Por excelencia los Comisarios eran apasionados de su irracionalismo. Colofón: El Comisario, definió Arthur Koestler, es “aquel que trata de mejorar el mundo cambiando a sus semejantes en lugar de mejorarse a sí mismo”.

Victoriano Garza Almanza

Publicado en el año 2001.