De la relación entre el tesista y el director de tesis

Los estudiantes de posgrado que al iniciar un trabajo de investigación de tesis decidieron que uno, como profesor universitario, los asesorará y guiará a lo largo de este proceso, normalmente no se dan cuenta que sus vidas estarán enlazadas durante el tiempo que dure esa relación de trabajo, que puede ser por dos o más años.

Por lo regular la experiencia está del lado del asesor. Y no me refiero a la pericia que posee en su disciplina, sino a la que tiene en la vida universitaria, y a veces en la vida en general. Por el contrario, si el alumno llega inmaduro o inseguro al posgrado, lo cual es frecuente, su vulnerabilidad le hará pasar momentos difíciles durante las primeras etapas de sus estudios, se deslumbrará fácilmente, y a veces tomará decisiones que podrán pesarle en el futuro.

Los vínculos que se producen, desde el instante en que las personas (asesor-asesorado) hacen contacto en el ámbito universitario y empiezan a conocerse, a sentir la química de uno y otro, a sopesar los intereses mutuos por los potenciales temas de investigación, a ponderar el conocimiento en la materia del que asesorará y del que será asesorado, a evaluar las capacidades y habilidades para responder con las exigencias del proyecto, entre otras cosas, son de toda clase. Pero a veces de una relación de trabajo académico surgen imponderables que le darán un giro a las vidas de los involucrados como estos jamás se lo imaginaron.

Me ha tocado ver casos en que asesor y asesorada terminan uniéndose en matrimonio después de concluida la tesis. O entendimientos que surgen, a partir de la investigación, y terminan con un joint venture del que fundan empresas. O la incorporación del estudiante al grupo de trabajo del investigador. También he visto fracturarse relaciones que terminan por diluirse o se exacerban en odios imperecederos.

En esta relación de director de tesis y tesista, existen obligaciones y compromisos de ambas partes. El novato sólo repara en las que le corresponden a él o ella, que se le hacen pesadas porque el asesor suele pasar por alto las suyas propias, y, como una constante, exige sin que haya reciprocidad.

En un ámbito donde la presión que se ejerce sobre el estudiante puede llegar a ser intolerable, particularmente en los estudios de doctorado, normalmente surgen grupos de estudiantes, a veces de disciplinas diferentes, que se relacionan por varios motivos: usualmente para no estar solos, como una forma de terapia para compartir éxitos y fracasos, para organizar por su cuenta talleres o seminarios que les sirvan para reforzar deficiencias, y para apoyarse solidariamente en el manejo de situaciones complicadas. Esta actitud es fundamental para bregar con los altibajos del programa.

El estudiante cuando llega a un programa de posgrado, pasa por alto que puede ser más importante descubrir y entenderse con un buen asesor para aprender a investigar, que encontrar un director de tesis que le acepte el tema que arrastra desde la licenciatura y que, en sus sueños cree, le conducirá la Nobel. Tampoco entiende que en el programa hay individuos con toda clase de personalidades, algunos rodeados de sus celosos prosélitos que son otra entidad con la que tratar, que representan diferentes escenarios de vida académica que le facilitarán o le complicarán su tránsito por ese lugar. Menos captará que también podrá haber facciones rivales entre los profesores, y que como presa será disputado para ser conducido al redil de unos y arrebatarlo a los otros.

Hay asesores que habitualmente son buenos supervisores, disciplinados y exigentes, y su relación con el tesista se circunscribe al entorno académico. Sus vidas personales son territorios desconocidos. No comparten intimidad ni permiten que los estudiantes les brinden confianzas. La relación es estrictamente académica. Con esta clase de profesores se podrá realizar una buena investigación pero también es casi seguro que se dejará de aprender una serie de habilidades clave en su formación como investigador, habilidades que son vitales para cuando inicie su propio camino.

Otros asesores son muy relajados. El trato con sus alumnos a veces se trivializa en exceso, y el estudiante cae en el juego de arrogarse derechos que no tiene. Esta clase de relación puede durar años debido al paso lento que toma el estudio del tesista.

Directores de tesis también los hay que no son directores de tesis sino en el papel. Atrapan en su red al estudiante y ahí queda sujeto sin soltarse. Solo, el estudiante, tendrá que vérselas en el desarrollo de su investigación. Si logra concluir su estudio, mucho habrá aprendido, principalmente a tomar decisiones como investigador.

Otros, que son grandes mentores, comparten con sus asesorados los secretos del investigador, que en verdad no son secretos sino un conjunto de aptitudes para hacer cosas que forman parte del trabajo diario del profesor investigador, y que van más allá de la investigación (como la forma de elaborar propuestas de investigación ganadoras, la creación de agendas de investigación, la búsqueda de fuentes de financiamiento y la movilización de recursos, la creación de redes confiables de investigadores, la producción en grupos de colaboración, etc.).

Si el estudiante llega al doctorado armado con una serie de habilidades no técnicas que le permitan afrontar de inmediato las tareas que se le exijan, como la preparación del borrador de una propuesta de investigación, o la elaboración y presentación de un tema, o la escritura de un ensayo científico, o la redacción de un artículo de revisión, por ejemplo, y que sepa decidir qué tipo de metodología será la indicada para el estudio semestral que se le encargó, estará en una situación de control de su situación, y no enteramente supeditado a su asesor. Pero además, si el estudiante lleva consigo esta carga de habilidades, sabrá buscar y seleccionar al asesor que más le convenga.

Esto lo hemos venido practicando de unos años a la fecha, a través de un Diplomado en Investigación y una Maestría en Investigación (multidisciplinaria), donde nos concentramos en dos cosas: (1) en proporcionarles las denominadas habilidades no técnicas a los estudiantes, y (2) en asesorarlos en sus temas de investigación. Hemos observado que las personas que continúan con su doctorado, ya sea en México, en Estados Unidos o en Europa, padecen menos los estragos que inflige la disciplina a ese nivel que sus compañeros que no se habilitaron de esta manera.

Los que ingresan al Doctorado en Investigación, obligatoriamente tienen que tomar el propedéutico doctoral, que es el Diplomado en Investigación, donde, independientemente de la formación que traigan, se nivelan en el cómo hacer, habida cuenta que la formación doctoral les demanda un uso extraordinario de habilidades durante su formación. Los del último diplomado (septiembre – diciembre, 2012), para graduarse hubieron de presentar un libro colectivo (de próxima publicación), dos diarios personales de trabajo, cinco propuestas de investigación para cinco fundaciones (por persona), y, sobre todo, el borrador de su propuesta de investigación doctoral.

Victoriano Garza Almanza