El investigador como escritor de artículos

La escritura y publicación de artículos científicos es vital para la carrera del profesor investigador. Es por esto que el científico es un escritor de artículos, más que de libros u otra clase de textos. En épocas pasadas, la escritura de libros era fundamental para quien hacía ciencia, ya no, el artículo es la moneda de curso legal en la comunidad científica, y todos sus miembros quieren acuñarla y ponerla a circular.

Al científico tampoco se le da en preparar conferencias escritas para los congresos, como con gran cuidado y respeto a su audiencia hicieron en el pasado los grandes sabios; ahora se va por el camino fácil y práctico, apoya el desarrollo de sus discursos en grandes tarjetones de Power Point que, proyectados sobre una mega pantalla, distraen al público con figuras, colores, animaciones, y micro-textos.

El científico que escribe artículos, o papers ––como pomposamente les da por decir a los de habla castellana––, como único producto escritural de su carrera científica, es un comunicador de pequeñas y breves historias, todas sacadas, ya sea por observación o por experimentación, de una atómica fracción de la naturaleza.

No escribe y publica porque tenga el espíritu de un contador de historias, muy pocos científicos lo tienen, sino porque obedece a una serie de factores determinantes que, en su medio de trabajo, lo orillan a hacerlo. Es por esto que, cuando deja de investigar  automáticamente se olvida de escribir. Si hubo alguna vez una pasión, esa fue en darse a conocer y posicionarse.

El investigador está entrenado para explotar su habilidad en microscópicos campos del conocimiento. Desde su perspectiva individual o grupal, porque frecuentemente trabaja en equipo, su parcela de estudio podrá parecerle un territorio de inagotables posibilidades, así se trate de una sola molécula o de una manada de elefantes; y, por el contrario, lo macro, el estudio de grandes sistemas interconectados, lo hace sentirse tan inseguro como lo estará un astronauta obligado a hacer caminata espacial para reparar la nave que lo transporta. Se ampara con el dicho de que: “poco aprieta el que mucho abarca”. Por eso, en la ciencia hay millones de especialistas y muy pocos generalistas.

Sus aproximaciones aproximativas al microcosmos de su interés son flashazos de una realidad cambiante, por eso la vida útil de los artículos científicos es relativamente corta; puede ser de días o semanas, según el campo de estudio y dependiendo de qué tan de frontera sea la investigación realizada.

La audiencia para artículos especializados es reducida; de hecho, a mayor especificidad, menor el número de lectores.

Normalmente se piensa que el científico tiene una verdadera pasión por la investigación, pero no es así, quienes trabajan para grandes centros de científicos hacen un trabajo rutinario y reciben paga por él; y publicar los resultados de esos trabajos es parte elemental de sus responsabilidades.

Y volteando a nuestro solar latinoamericano, los profesores universitarios, especialmente los de México, ¿por qué investigan y publican?

En primer lugar, existe un mandato de publica o perece que es común a todas las universidades públicas de México. Las instituciones de educación superior han hecho imperativo que sus profesores investiguen y publiquen, con la idea de que esto ayudará a mejorar el estatus académico de sí mismas, con lo que producirán egresados de mejor calidad que cuando el imperativo de publica o perece no existía.

Pero las cosas no son así de simples. Morris, Hatton y Kimberli encontraron, en un estudio que hicieron con un grupo de científicos farmacéuticos estadounidenses, (Factors associated with the publication of scholarly articles by pharmacists; Am Jour Health-Syst Pharm––Vol 68: 2011) que publican en prestigiosas revistas de medicina, como el Journal of the American Medical Association, Annals of Internal Medicine, Clinical Pharmacology and Therapeutics, Journal of Clinical Psychiatry, Mayo Clinic Proceedings, entre otras más, que lo que motiva a los científicos ––tanto de centros de investigación como de universidades–– a escribir y a publicar, son varios factores y no dos o tres, como cree mucha gente, a cual más de importante, a saber:

  1. Contribuir a los fundamentos del conocimiento
  2. Logro de metas personales
  3. Requisito del trabajo
  4. Curiosidad intelectual
  5. Avanzar en la carrera
  6. Expansión del rol de la profesión
  7. Auto-satisfacción
  8. La contribución afectará a otros (rivales)
  9. Construcción del curriculum vitae
  10. Reconocimiento por parte de los pares

Donde los que tienen la mayor influencia son los primeros ocho. El más importante de todos, para el grupo estudiado, fue el número 2: logro de metas personales. En segundo lugar: contribuir a los fundamentos del conocimiento. En tercer lugar: auto-satisfacción. En cuarto lugar: avance en la carrera. En quinto lugar: contribución que afectará a otros. En sexto lugar: curiosidad intelectual. En séptimo lugar: expansión del rol de la profesión. Y en octavo lugar: requisito del trabajo. luego reconocimiento por parte de pares, y en último lugar la construcción del curriculum vitae.

Si este estudio se repitiera en otras disciplinas no cabe duda que el patrón se repetiría, pues el aspecto humano lo que mueve al sistema de la ciencia es un mecanismo universal, igual para todos.

Se puede advertir que lo que impulsa a buena parte de los científicos no es la pasión del viejo Darwin, o del ilustre Newton, o del sabio Einstein, sino una necesidad muy humana y con frecuencia visceral, la ambición de fama, riqueza y poder que dejó entrever en la obra de divulgación científica, La doble hélice, James Watson, codescubridor con Francis Crick de la estructura molecular del ácido desoxirribonucleico.

Cada año se publican millones de artículos científicos en el mundo, pero también son rechazados otros tantos millones por las revistas. Los artículos científicos son al mundillo de la comunicación científica lo que los insectos efemerópteros a la naturaleza. Los efemerópteros, mejor conocidos como efímeras, presenta un proceso de desarrollo larval que tarda de uno a dos años (así tardan las investigaciones o mucho más), según la especie; el adulto (el artículo publicado), cuando emerge del agua está listo para volar y aparearse (llegar a la mente del lector). Lo aparentemente trágico, pero que es natural, es que nada más vive unas cuantas horas, a lo más una semana. De tal forma, la experiencia de años se comprime en uno o dos artículos con un hálito de vida muy corto.

El investigador está consciente de este fenómeno. Pero aun así suele conservar sus trabajos publicados el resto de sus días, nada le complace más que ver un trabajo impreso en un journal de prestigio, con su nombre inscrito bajo el título, y mostrarlo a sus amigos y parientes. Al final, su artículo pasado de moda, por no decir obsoleto, en términos técnicos, queda para la historia de la ciencia como un cuento pequeño de una realidad que en un momento se detectó, se definió, y después cambió. Pero por su forma de contar esa realidad no es un cuento tan entretenido como lo son los cuentos de los hermanos Grimm o Perrault o Collodi o las historias de Las mil y una noches.

Victoriano Garza Almanza