Leer inspira escribir: Dos libros de 365 días + 24 horas

Entre cruentas obras que tratan de los terribles últimos años de violencia vividos en México, en uno de los estantes de la librería apenas destacaba el lomo de un libro negro. Con letras color mostaza anunciaba el título: Los hijos de los días (Siglo XXI, 2012). En rojo sobre negro, apenas distinguible, leí el nombre del autor: Eduardo Galeano.

Desde los tiempos de la facultad de biología, en los lejanos setentas, Galeano era ya un autor leído entre buena parte de los estudiantes universitarios de Monterrey, un referente de los ideales de la juventud de aquella época y del ambiente libertario sudamericano que desataría la llamada guerra sucia (¿hay alguna guerra limpia?), en especial su libro Las venas abiertas de América Latina, que en abril del 2009 Hugo Chávez diera a conocer a Barack Obama en la cumbre de Trinidad y Tobago.

Éste, Los hijos de los días, su último libro publicado, es un confeti de mil temas y colores. En apariencia,  para cada día de un año (bisiesto) el autor dedica párrafos breves de reflexión a equis asunto sobre algo acaecido en la fecha de algún año olvidado, pulsando la memoria sobre algo que pudo haber sido interesante en su momento o que a nadie importó pero que quedó registrado en anales arrinconados por alguna parte. Y en el manejo del tema, Galeano convierte en dos o más subtemas el pensamiento del día.

Cuando me aproximé a Los hijos de los días pensé que tal vez se trataba de un diario de campo, o de un blog, quizá de un cuaderno de ejercicios escriturales, o de una penitencia. Luego me pareció más una especie de blog, como aquel que solía escribir José Saramago, pero no, era algo diferente a ocurrencias cotidianas vertidas en el momento en la red.

Al seguir leyendo fui tratando de catalogar la obra. ¿Será un diadero o colección de cosas diarias? ¿Un breviario enciclopédico? Pero no, el libro no cuadraba con nada de esto. Pero de pronto me acordé de ¡Aunque usted no lo crea!, que leía en El Siglo de Torreón en mi infancia, y me pregunté, “¿será Galeano un Ripley reborn?

Pero tampoco, Los hijos de los días es muy literario, el producto de una talacha investigativa exhaustiva y, aunque lleno de hechos extraordinarios, nada parecido a Ripley. Entonces, ¿será un libro de fábulas o una especie de microhistoria heterodoxa? Luego se me figuró un nuevo Plinio el Viejo del siglo XXI.

Y a medida que iba leyendo el entretenido libro, porque debo decir que atrapa al lector, pensé que las aportaciones que Galeano hacía día por día eran acotaciones al margen de una obra mayor.

Pero por lo entretenido como lo son Las mil y una noches, jugué con la idea de que sus minicuentos eran como enanos de circo: pequeños y entretenidos. A cada vuelta de página mi impresión sobre la obra cambiaba, era como tener entre las manos a un camaleón que se veía diferente a cada vuelta de hoja.

Tampoco es una novela, ni antología de poesía, ni un libro de referencia, y está lo más lejano a un libro de texto, mucho menos se trata de un manual pragmático para salir de apuros ante cualquier situación.

Y aunque son tantos los datos que aporta Galeano en su libro, no faltará quien diga que la información que contiene Los hijos de los días existe en internet amplificada miles de millones de veces.

Y es cierto, no dejará de tener razón, pero ¿quién se tomará la molestia de investigar, seleccionar, y ordenar, bajo una óptica particular, viejas noticias o anécdotas olvidadas, y quien le dará ese sentido humanístico, humorístico, poético, e idealista tan especial de Galeano?

Además, meterse a investigar en internet no es surfear sobre las olas encabritadas de Hawai, como cuenta Galeano cuando James Cook vio caminar a los aborígenes hawaianos sobre el mar en 1779, más bien es como practicar una inmersión en la oscuridad abisal de la Fosa de las Marianas en traje de Adán y con un buche de aire entre los cachetes.

Por otro lado, la autora estadounidense Barbara Abercrombie también publicó un libro con el concepto de una idea en un día durante 365 días, llamado A year of writing dangerously: 365 days of inspiration & encouragement (2012, New World Library). Este es un libro sobre el oficio de escribir, un manual para principiantes que buscan Eldorado de la bestselleridad o para escritores avanzados que pretenden entretenerse por un rato con las ideas que otros tienen sobre la escritura.

La técnica que utiliza Abercrombie en todo el libro es la de desarrollar un tema, como por ejemplo la entrada del día 112: Getting to Denver by 4:00, donde la autora asevera que aunque los escritores pueden contar cosas mágicas y extraordinarias, también como cualquier otra persona tienen que trabajar para sobrevivir, y eso lo hacen escribiendo. Y es por esto que el escritor no pierde el tiempo esperando a que le llegue el tren de la inspiración. Si un cirujano tiene que responder a una emergencia, señala ella, no puede aguardar a que le llegue la hora en que mejor siente la vibra para intervenir al paciente, lo que hace es ir al quirófano, operar, y a continuación proseguir con su vida trabajando en lo que surja. La autora remata la entrada 112 con un colofón, que dice:

Deciding to procastinate is deciding not to write. T. Kooser & S. Cox. Writing brave and free.

Y así, Abercrombie proporciona 365 consejos sobre la escritura: prácticos unos, entretenidos los otros, y un puñado de teórico inútiles, rematados con 365 colofones que son pensamientos o citas prestadas por otros autores.

Llama la atención que sólo cuatro de los colofones sobre el arte y el oficio de la escritura que destaca Abercrombie provengan de autores de habla castellana: Isabel Allende, Jorge Luis Borges, Miguel de Cervantes, y Julio Cortázar.

Para la entrada correspondiente al día de hoy, 29 de diciembre, Abercrombie escribió:

“Tener un trabajo como este, amar los libros y escribir, ser simplemente parte de la energía del amplio camino de la literatura y nunca darse por vencido, este es el secreto de la vida de un escritor”.

Galeano lo puso con un título que lo dice todo: “El camino es el destino”.

Victoriano Garza Almanza.