Nunca es tarde para escribir la tesis. Pero a veces toda una vida es insuficiente.
Encuentro en mis viejos archivos electrónicos una vieja nota del año 2000, que se titula: “español obtiene su doctorado después de 48 años”. Esto es, desde 1952, ese hombre había intentado alcanzar en algún momento de su vida el máximo grado académico.
La noticia también menciona que cuando el estudiante Joaquín Sandoval, que así se llama el sujeto, comenzó a escribir su tesis doctoral, las computadoras eran tan grandes o más que un auto de aquellos años, que entonces eran muy voluminosos y pesados, y nada accesibles a un simple mortal como él.
Después de siete hijos, nueve nietos, incontables revisiones y actualizaciones del tema, y al menos cuatro borradores, Sandoval logró redactar su tesis final y obtener el tan ansiado reconocimiento, defendiendo su investigación ante un jurado calificador en la Universidad de Murcia, rodeado por su familia.
Sandoval trabajó los siguientes 38 años, de 1952 a 1990, en la industria de los alimentos y los cosméticos, como químico, y eso le dio la oportunidad de mantener viva la esperanza de titularse algún día. Si bien, no estaba trabajando en una universidad o centro de investigación, en donde uno supondría que por el ambiente académico podría haberse mantenido actualizado y tenido mayores posibilidades de lograr su sueño, por su actividad en la industria, aunada al progresivo desarrollo de la química aplicada, tuvo la oportunidad de mantener sus conocimientos al día.
Probablemente Sandoval buscó el doctorado más por orgullo y satisfacción personal que por necesidad. Como lo demuestran las infinitas anotaciones y sucesivos borradores de la tesis archivados, y los muchos años que hizo la lucha de trabajar en su tema durante las temporadas vacacionales. Lo que al fin le dio el tiempo y el espacio que necesitaba para concluir su anhelado escrito, fue la jubilación, que obtuvo a los 65 años. Así, entre 1990 y 2000, se entregó a la redacción final de su disertación.
En el ambiente académico de cualquier universidad latina a veces encuentra uno casos de este tipo, seres que posponen la escritura de la tesis de posgrado y jamás la concluyen. Se trata de profesores que salieron becados a estudiar sus doctorados al extranjero y regresaron saturados hasta los poros de vivencias e historias que contar. Con cajas de abultados cuadernos recargados de poesía rebelde y música de protesta; etnográficas anotaciones de migrantes, siendo ellos mismos migrantes; cientos de sketches de montañas, playas y calles; emitiendo tonos y formas diferentes de hablar a los propios; y un gusto especial por los vinos y los quesos; pero, como decía la abuela, anda vete de su título.
Vale aclarar que para el ejemplo del español de la historia, la situación es diferente. Pero el caso de una persona que dedica su vida a la enseñanza y la investigación en alguna institución de educación superior, y además fue becada para viajar ultramar, a realizar estudios de posgrado, y que regrese sin grado y con un conocimiento que no soportaría la evaluación de un estudiante de nuevo ingreso, no tiene nombre.
Entre el principio y el fin.
A lo largo de los talleres de escritura académica que he impartido en algunas universidades de México, he encontrado entre los participantes a jóvenes profesores que concluyeron sus estudios de doctorado, y que se inscribieron al taller con la esperanza de encontrar un camino que les condujera a la escritura de sus tesis.
Un caso que recuerdo es el de una joven española de la Universidad de La Coruña, profesora de la Universidad de Guanajuato, quien me contó, cuando volví a dicha universidad a impartir nuevamente mi consabido taller de escritura académica, que era ella quien había promovido y organizado el entrenamiento entre sus colegas.
Dijo estar muy satisfecha y contenta, pues recién había regresado de España con su título, a donde volvió para defender los resultados de su investigación. Resulta que antes de que asistiera al taller que yo les impartí a varios profesores de la universidad, ella estaba completamente bloqueada por el proceso de escritura de su disertación. Pero dijo que los ejercicios, discusiones y actividades, tanto individuales como colectivas del taller, la ayudaron a incorporar formas de elaborar la redacción, y la motivaron a tal grado que, después de concluir los días de entrenamiento, se dedicó durante varias semanas a escribir la tesis sin parar.
No todos los problemas de bloqueo en la redacción de la tesis de maestría o doctorado se resuelven de la misma manera. Cada caso es diferente. A algunas personas les basta conocer y aprender a manejar cuatro o seis técnicas de escritura en el taller para salir adelante. Otras requieren de consejería y guía permanente. También hay quien necesita cierta terapia para el manejo de conflictos personales que inciden en su desempeño escritural. Otras demandan manejo de estrés. Y otras…
A veces toda una vida es insuficiente.
He conocido al menos a tres personas que han atendido a dos, tres y hasta cuatro universidades diferentes, y comenzado cada vez un nuevo doctorado. Cada una de ellas ha dejado dos, tres o cuatro veces las tesis iniciadas sin poderlas concluir. Al menos una de ellas ha querido dar gato por liebre en cada uno de los doctorados como prueba de sus supuestas investigaciones realizadas en las universidades por las que pasó, y obtener el título a cambio de un reporte chafa, simplón y obsoleto. Ni con iPads, ni iPods, ni iPhones, que le caben en un maletín y juntos pesan menos de un kilogramo, ni con los software mágicos que escriben por sí solos bajo las peores condiciones de constipación mental de su dueño, este individuo ha podido contra su sino, que a lo mejor es: no te titularás antes de los 95 años. Es más difícil que esta clase de personas, así los manden diez años de sabático al paraíso para que escriban sus tesis, culminen con éxito sus escritos doctorales, como por amor propio sí lo hizo aquel español de este mini cuento, aun y cuando trabajó 38 años en la industria y se mantuvo lejos de la universidad hasta que se tituló.
Victoriano Garza Almanza