El cuaderno de notas

El desarrollo de una idea y su escritura no es como la competencia atlética de los 100 metros planos: una posición en la línea de salida, un disparo, el arranque vertiginoso, trancos apresurados y flotantes, litros de oxígeno inhalados y exhalados por segundo, y menos de 10 segundos de intensa carrera. Muchos años de preparación y la sexta parte de un minuto para alcanzar la gloria.

Si bien esta clase de duelo deportivo tiene su propia belleza, trasladado el concepto de la carrera a la escritura sería como si tratáramos de redactar un soberbio texto con un metrallazo de palabras, sin tomar respiro, ni poner acentos, ni puntos, ni comas, disparadas como la tarabilla de un merolico, y que todas dieran en el blanco.

La elaboración y escritura de una idea, como por ejemplo para la composición de un ensayo académico o la estructuración de un reporte de investigación de tesis,  toma tiempo en su preparativo.

Es como una caminata por terrenos cambiantes e inseguros, que obligan a detenerse, a observar, a reflexionar, y a figurarse por donde vadear el arroyo, de qué manera ascender con inteligencia y cuidado la pendiente coronada de riscos y peñas sueltas, a trotar sin caer una bajada empinada con toda la gravedad newtoniana sobre la espalda, inclusive a detenerse para disfrutar un paisaje, a vivir el momento de la andadura hasta llegar a donde se quiere o a ningún lugar en particular porque nos perdimos. Llevamos un norte, al menos lo intentamos, un rumbo, pero el camino siempre ofrece toda clase de sorpresas para las cuales a veces no estamos preparados. Y hasta para esto hay que estar prevenido.

En un mismo terreno, husmeando ideas parecidas a la que uno sostiene, puede haber demasiados paseantes, como corredores en la pista de tartán buscando el único trofeo, pero ninguno experimentará del mismo modo la travesía, ni la contará con igual estilo y cadencia, ni con palabras parecidas.

La mejor manera de no extraviar el camino es teniendo un mapa de a donde se quiere llegar, que la idea del ensayo o el objetivo del proyecto de tesis nos lo da, y tomando nota de todo lo relacionado con nuestro propósito.

No importa si lo que se redactará es un trabajo científico o literario, o si lo vamos a entregar en un mes, un semestre o un año; el cuaderno de notas es el mejor aliado del estudiante o del autor.

Fred White (Where do you get your ideas?, 2012), dice que “es sensato llevar un cuaderno de notas donde quepan todos los pensamientos espontáneos, planes, y apuntes de investigación, y que puedan ser fácilmente encontradas”.

Y es que no únicamente preservan, como una fotografía, los pensamientos del momento, sino que cuando se consultan esos cuadernos de trabajo, la lectura sirve de calentamiento, como los ejercicios que el corredor realiza antes de la competencia, para comenzar con bríos una nueva etapa.

De esta manera, los cuadernos de anotaciones, que contienen lecturas, comentarios, observaciones, citas, resúmenes, reseñas de conversaciones, etc., y que se constituyen en bases de datos organizadas, formadas por materiales de factura personal, se convierten en cuadernos de trabajo para la elaboración de nuevos textos. Como es el caso del presente escrito, para cuyo desarrollo partí de anotaciones del 20 de agosto del 2007, y las combiné con breves ideas del día de ayer.

¿Y qué tan importantes son los cuadernos de apuntes de un escritor o de un científico?

El científico Joshua Ledeberg, Premio Nobel 1958, llevaba personalmente sus propios cuadernos de apuntes. Tomaba nota absolutamente de todo lo que leía y consultaba en los journals de su especialidad, y decía:

“Los perfiles elaborados funcionan razonablemente bien, pero tengo que maquillarlos de tiempo en tiempo. Uno descubre nuevas claves, otras notaciones que los autores insisten en cambiantes manías o por idiosincrasias del lenguaje. Puedo garantizar que los perfiles que escribo durante estas consultas, sobre bases normales, recobran el 90% de lo que he leído o podría querer leer. ¡Dios me asista si pierdo mis notas!”

Así de dramática sería la pérdida de un material cuidadosamente destilado. Como lo fue para Aldous Huxley, cuando un incendio arrasó su casa en Hollywood Hills, California, el sábado 13 de mayo de 1961, destruyendo gran parte de sus manuscritos originales, incontables cuadernos de notas, y cajas de materiales de investigación. Para él fue como un adelanto de la muerte, según confesaría más tarde.

Diana M. Raab, investigó qué tan importantes eran los cuadernos de notas para los escritores (Writer´s and their notebooks, 2010), y consultó decenas de cuadernos de trabajo de escritores como Luisa May Alcott, Charles Bukowsky, Albert Camus, Ralph Waldo Emerson, John Fowles, André Gidé, Thomas Merton, Ayn Rand, William Saroyan, Virginia Woolf, y docenas de autores más.

Raab dice que llámeseles como se les llame –diarios, agendas, journals, bitácoras, y demás–, son el corazón de la producción de los escritores, y los motivos para crearlos son los mismos: “capturar y documentar pensamientos, sentimientos, observaciones, meditaciones, ideas, reflexiones, antes de que se desvanezcan”.

Los cuadernos de notas de un autor –científico o escritor o estudiante de posgrado–, son la base de las obras que proyectan realizar: tratado, novela o tesis. Si no se toma el trabajo de escribirlos durante el proceso de su investigación y reflexión –literaria o científica–, va a perder más del 90% de las ideas que pudo haber registrado y, en consecuencia, el producto podrá desmerecer.

Y volviendo a la caminata del escritor o investigador, si al día siguiente desanda lo andado, lo que vea y anote será diferente a lo del día anterior. Puede ser mejor su percepción pero también peor. Lo que no quedó registrado en el momento, nunca podrá a ser contado en la forma como se advirtió. La musa (el esfuerzo del trabajo, en realidad), nunca aconseja lo mismo dos veces, a nadie.

Con esto quiero decir que lleves un cuaderno de notas, para tus lecturas, reflexiones, investigaciones, hasta de ocurrencias; lo que puedas anotar anótalo, luego ya no encontrarás las huidizas palabras que dirían exactamente lo que querías decir en el momento.

No se debe confiar nada al recuerdo, aunque uno crea que tiene buena memoria.

Victoriano Garza Almanza