De la enseñanza de la escritura académica. 2
“Enseñar a las palabras a seguir las ideas, en vez de hacer que las ideas esperen por las palabras”.
Francis Bacon.
Es decir, hay que escribir claro, preciso y directo, sin adornos innecesarios; pero, sobre todo, es imprescindible conocer el lenguaje, las palabras que con mayor riqueza revelen los pensamientos y que den pauta al lector de captar, a través de las frases, lo que el autor quiso decir.
La razón es que muchas veces se le pega al autor escribir con un lenguaje lleno de giros y bucles que hacen difícil, al lector, entender el mensaje, si es que acaso lo tiene el texto. A veces, lo que es claro para uno no lo es para otros. Esto ocurre con la mayoría de los discursos de los políticos, donde abunda la retórica y el contenido está ausente.
El ejercicio de Peter Elbow de la escritura libre, donde la persona tiene que componer cualquier cosa sobre lo que sea durante 10 o 15 minutos, sin levantar la pluma del papel ni dejar de garrapatear, como cuando habla una tarabilla, obliga al que realiza la tarea a escribir sin respiro ni adorno alguno. No permite a la razón que edite las palabras mientras escribe, pues hay la costumbre de escribir y reescribir incontables veces una misma frase antes de pasar a la siguiente.
Este ejercicio, practicado con regularidad, ayuda a conectar a la mente con la mano; acostumbra a la persona a comunicar por escrito las ideas que desea expresar, y hacerlo de un jalón.
Luego, cuando se presente la necesidad de escribir algún documento, podrá hacerlo con mayor facilidad. Entonces si, después de terminado el pasaje, podrá revisarlo y editarlo para darle mejor forma y mayor fuerza.
Escribir, para quien no está acostumbrado hacerlo, suele ser una faena complicada. Y, como dijo el que dijo:
“Si usted sabe jugar al solitario, y además lo hace, usted puede escribir. Es más fascinante buscar palabras alrededor de una idea, y construir oraciones que las expliquen, que tratar de ensartar ristras de cartas para ganar y ganar sin más sentido que perder el tiempo”.
Victoriano Garza Almanza