El Escritor Fantasma

La escritura es quizá una de las cosas más apasionantes e intensas que cualquier persona pueda experimentar en su vida, tomado esto desde un punto de vista intelectual. Para Karl Popper, aprender a escribir, primero, y después saber comunicar por escrito sus ideas, junto aprender a leer y saber leer, fue el mayor logro de su desarrollo intelectual.

Pero no todos piensan lo mismo, casi nadie lo hace. Para la mayoría de las personas, la escritura no deja de ser un acto mecánico que sirve para poner palabras sobre papel o, como ahora se acostumbra, en la brillante pantalla de la computadora, en la tableta o el teléfono celular, ya sea para recordar un asunto o mandar una nota. La brevedad de lo que a la carrera se anota, con palabras o frases compuestas para hacerlas cortas, difícilmente podría catalogarse como escritura; son garabatos con un significado encriptado descifrable sólo por pocos. Tan así es la cosa que hay profesionistas universitarios que, al pedírseles que escriban en ese momento su curriculum vitae, refieren sus vidas en menos palabras que las que contiene este párrafo.

Esto ha hecho que cuando se ven en apuros, ya sea porque tienen que escribir una tesis, una conferencia o un artículo de opinión, busquen apoyo para salir de ese paso. Es entonces cuando se acercan a alguien que los puede sacar de apuros, a uno que al menos puede escribir mejor que ellos. A esas personas que escriben por otras se les denomina en inglés ghostwriters, que literalmente quiere decir escritores fantasma, en español se les llama, un tanto despectivamente, negros literarios o simplemente negros. No lo hacen gratuitamente, el trabajo se vende; de hecho, hay muchos que viven a expensas de la agrafía de sus clientes. Y esos, que sin saber escribir “redactan” y publican sus tesis o sus memorias, son, paradójicamente, “escritores ágrafos”.

Pero también se hace trabajo de ghostwriting cuando, por ejemplo, una empresa contrata a una agencia para que le elabore manuales de operación, hojas técnicas de productos, guías y otros artículos necesarios para su mejor funcionamiento, o un político o un líder social que se rodea de escritores de discursos. En estos casos, las ideas que hay que destacar en los textos técnicos o en los discursos se les comunica a los ghostwriters, luego ellos ponen a trabajar lo mejor de su oficio para producir documentos a la medida de quienes los contrataron.

Los ricos y famosos también contratan ghostwriters para que escriban sus autobiografías. Es harto difícil, sino es que imposible, encontrar a un famoso o un súper ocupado político que se haya tomado el tiempo del mundo para sentarse a recordar y escribir, de una forma literaria y con estilo agradable, su vida, y dejar de lado el glamoroso ajetreo de estrella de la música, del cine, del deporte o de la política.

Pongamos por caso la autobiografía del grupo de rock Aerosmith. ¿Se imaginan a Tyler o Perry colgando las guitarras para entonar una balada silenciosa de al menos 200 mil palabras que cuenten sus avatares en un libro de más de 400 páginas? ¿O al ex boxeador Mohammed Alí, con su mal de Parkinson a cuestas, empuñando una pluma para dejar memoria de sus hazañas en 200 y pico de páginas? ¿O al beisbolista Sammy Sosa, bateando jonrones de millones de dólares a la par que displicentemente cuenta su vida? ¿O al político Tony Blair, personaje tomado como referencia para The Ghost, de Robert Harris, excelente novela llevada a la pantalla por Román Polanski, escribiendo New Britain: My Vision Of A Young Country?

Muchos autores, famosos ahora, fueron en un tiempo fantasmas de tiempo parcial o tiempo completo, dependiendo de sus necesidades. Entre ellos se encuentra Sinclair Lewis, que escribió cuentos para Jack London, o Paul de Kruif, que colaboró cercanamente con Sinclair Lewis en la escritura de Arrowsmith. En algún tiempo, Tito Monterroso, José Emilio Pacheco y Carlos Monsivais, entre otros, colaboraron en revistas médicas mexicanas, como El Médico o Médico Moderno, y en Comunidad CONACYT, del consejo de ciencia de México. No sé si fueron ghosts o no, pero JEP y Monsivais aparecían en el directorio editorial de las revistas médicas y estas contenían muy buenos artículos culturales anónimos.

En versión diminuta, creo que algunos de los que en cierta manera medio nos defendemos en materia de escritura, al menos una vez hicimos trabajo de ghostwriter… obligados por las circunstancias. Yo lo hice incontables veces en un organismo internacional de Naciones Unidas donde laboré por varios años en la década de los 90s del pasado siglo XX. Se me encargaban reportes, análisis, discursos, reseñas, y hasta artículos científicos, en ninguno de los cuales apareció mi nombre como autor o coautor.

Se me decía que el trabajo era institucional y no personal, pero el jefe sí que le ponía su nombre a los documentos. Una vez, ya para entregar su puesto, también obligado por las circunstancias y aprovechando las semanas que aún le quedaban con vida por ahí, nos puso a todos los profesionales de la organización a redactarle un libro. Como director de orquesta él dizque lo dirigió, y nosotros escribimos los capítulos que ideamos por propia cuenta. El libro se publicó en Estados Unidos, pero esa persona ni nos puso como coautores ni agradeció el trabajo que le hicimos. La última vez que supe de la existencia de este seudo escritor, se encontraba trabajando como profesor en una universidad en New Mexico. Si alguna vez concursó por el tenure, la inercia del publish or perish lo ha de haber empujado a conseguirse un ghost.

Viendo el lado positivo de esta experiencia de fantasma, hubo un momento en que me percaté que si los textos escritos por mi podían llegar sin problema al mismo escritorio del director general de esa oficina internacional para las Américas en Washington, o al director de la US Environmental Protection Agency, o al subsecretario de ecología de México, entre otros grandes cartuchones, me podía dar por bien servido, no importaba que no supieran quien hizo el documento que tenían ante sí o que creyeran que mi jefe los escribió. Aunque, probablemente, nunca leyeron ninguno de mis textos, han de haber estado tan ocupados que todo el trabajo de lectura y análisis lo dejaron a cargo de sus ghostreaders.

Victoriano Garza Almanza