La idea detrás del libro Publica o Perece: El escritor informado

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Libro Impreso de Publica o Perece entre otros libros de Victoriano Garza

Libro Impreso de Publica o Perece entre otros libros de Victoriano Garza

Quien estudia ciencias o humanidades, y quien con toda intención o por descuido se convierte en investigador, a menudo tiene la idea de que para registrar y comunicar sus hallazgos de laboratorio o campo sólo hay dos maneras de hacerlo: por medio de la tesis ––ya sea de licenciatura, maestría o doctorado––, o mediante el artículo científico o académico.

Lo cierto es que hay múltiples formas de registrar y comunicar la información científica o humanística, lo cual obedece a los distintos usos que se le vaya a dar.

Por ejemplo, la información de un artículo científico suele contener datos de primera mano ––normalmente generados por el propio autor––, que se presentan en un estilo mesurado, objetivo, indicando la metodología empleada para obtenerlos, mostrando los resultados más importantes, y señalando qué implica lo encontrado a la luz del contexto de estudio.

Mientras que la tesis, que suele ser un escrito de mediana a gran extensión ––en ciencia hay tesis de menos de 50 páginas mientras que en humanidades algunas alcanzan a veces hasta 3,000 páginas––, en principio, sólo sirven para que el estudiante exponga por escrito todo el historial de su investigación, la manera en cómo la llevó a cabo, que muestre y explique lo encontró, y que discuta el probable impacto del trabajo en su disciplina.

El artículo científico va dirigido a una audiencia muy exclusiva y poco numerosa de investigadores ––la verdad es que a veces cinco lectores de un artículo son multitud––.

La tesis va dirigida a un comité académico evaluador que determinará el valor de un trabajo investigativo, el dominio del tema por el estudiante, la presunta capacidad del tesista para hacer investigaciónes por sí mismo en el futuro, y su habilidad para manejar el conocimiento adquirido ––tanto construyendo como utilizando argumentos consistentes–– en la defensa de la tesis.

A miles de científicos les ha bastado en su vida profesional haber escrito al menos las tesis de maestría y doctorado, y redactado y publicado alrededor de 15 o 20 artículos científicos en revistas de mediana y alta calidad internacional, para mantener un estatus y un estilo intelectual de vida.

Muchos de ellos probablemente no escribieron otra cosa porque desconocían qué otras estructuras retóricas pudieran existir, así que se contentaron con los esquemas de la tesis y el artículo.

Esta es una de las cosas que descubrí en mis talleres de escritura científica. Casi la totalidad de los profesores investigadores que asistieron a ellos sólo conocía estas dos clases de textos.

Percibían la presencia de otra clase de escrito en el ambiente académico, el artículo de divulgación. Pero este quedaba fuera de su interés y preocupación. Para ellos no tenía nada que ver con su trabajo y era hasta de mal gusto siquiera mencionarlo. Dejemos esto aparte por el momento, y en otra blogueo tocaré el asunto del porque los científicos y profesores univesitarios le hacen el feo a la popularización de la ciencia.

Pues bien, los participantes de los talleres también sabían de la existencia de otros tipos de textos, como la reseña de un libro; pero, por ejemplo, desconocían que se podían hacer reseñas de un documental de cine o de una conferencia; o que era válido, si así se requería, discutir el contenido de un novedoso e importante artículo y publicar las razones.

Tampoco se les ocurría a la mayoría de ellos, si no es que a todos, que, habida la cantidad de información que manejan en sus cátedras, fuera posible preparar con ella libros de texto. Esto es interesante, porque muchos profesores universitarios tiene la idea de que los que escriben los libros de texto o son profesores retirados, o son escritores contratados por las empresas editoriales para ello, o que los libros de texto sólo se escriben en el extranjero, así como que la cigüeña sólo viene de París.

Entonces, pensé, poniéndome en el lugar de ellos, ¿cómo voy a escribir una estructura retórica si no la conozco? A menos que invente una, pues no, ¡claro que no!

Con esta idea en mente, me puse a identificar y a catalogar algunos de los diversos tipos de documentos que escribí en el pasado ya como investigador, como profesor universitario, como consultor internacional, como estudiante, como padre de familia, etc., y encontré varias clases de composiciones. Pero, además ––lo cual es una de las ventajas de haber sido lector desde la infancia––, me extendí en mi búsqueda y encontré docenas de diferentes estructuras retóricas para la comunicación de la información científica y académica (varias de ellas se pueden utilizar en otros asuntos, como en los negocios).

Y, ojo, no hablo de contenidos sino de formas de presentar la información, que también esto es tema de otro futuro blogueo.

De esta manera fui enriqueciendo mi taller, enseñando a los investigadores qué otra clase de escritos podían elaborar ––según sus propósitos––, para comunicar sus ideas, sus proyectos, los resultados parciales o finales de sus investigaciones, etc., y cómo hacerlo. Porque cabe aclarar que en el taller de escritura científica se elaboran alrededor de 30 ejercicios escriturales, algunos individuales y otros en equipo, a lo largo de 5 días de trabajo. Así, la lista de los diferentes documentos que puede redactar un investigador fue creciendo.

Un buen día, leyendo un texto autobiográfico de Graham Greene, escrito allá por los años treintas del pasado siglo XX, me llamó la atención la forma en cómo narraba sus aventuras en África. En aquel tiempo ––hago un paréntesis–– el llamado continente negro estaba poco explorado, por eso las historias de Tarzán o de King Kong eran totalmente creíbles para la gente. Aún los propios científicos imaginaban, ahora hablo de los años sesentas, cuando comenzaron a pulular por el mundo los hippies y la mota se hizo parte del floclor, que muy posiblemente todavía existían recónditos lugares en África habitados por dinosaurios.

Pues cuenta Greene que para evitar los peligros y moverse con cuidado por territorio desconocido, compró un mapa inglés. La carta geográfica no mostraba nada, era un espacio en blanco. Luego adquirió un segundo mapa, este de hechura estadounidense. Lo en el otro estaba en blanco, este otro mapa se llenaba con la palabra canibales. Y concluye diciendo: “uno de ellos confiesa abiertamente su ignorancia… El otro (…) demuestra una abierta imaginación”

Vi que esto es lo que estaba pasando con los investigadores que asistían a mis talleres, trataban de sobrevivir en un territorio académico desconocido con dos cartas geográficas, una que decía tesis, que únicamente decía: “sólo usese para titularse y tírese”, y otra que anunciaba artículo científico: “nada más sirve para hacer la carrera del primer autor, para enriquecer el curriculum y el bolsillo, y para el álbum de recuerdos”.

Se encontraban como Greene en Sierra Leona, África, en 1930. Se me ocurrió que había que diseñar nuevas cartas de navegación para los profesores investigadores con mayor información.

De esta manera comenzó a tomar forma el libro Publica o perece, primero como un manual del taller, que se usó repetidamente, y cada vez poco más evolucionado, y después como un texto de cosulta, para ayudar a los profesores universitarios, pero también a cualquiera que deseara escribir desde los negocios, la empresa, las ONGs, o el gobierno.

Poco más de 100 diferentes tipos de esctructuras retóricas conformaron 191 de 291 páginas que tiene el libro impreso. Con esto, un investigador puede comenzar a alfabetizarse en un campo hasta ahora desconocido, el de la escritura académica, y, en consecuencia, potenciar sus capacidades para producir más trabajos y de mayor diversidad.

Estos recuerdos se me vinieron debido a que estoy preparando la tercera edición de Publica o perece (segunda edición para Kindle), de próxima aparición, y reelaborando algunos puntos.

Un investigador-autor, porque al fin y al cabo cuando el investigador escribe y publica se covierte en un autor, que además de conocer su área de especialidad aprende a conocer diferentes formas y canales de expresión escrita, se convierte, como dice Charles Bazerman, en un escritor informado.

Victoriano Garza Almanza

Ciudad Juárez, Chihuahua

Frontera MEXUS