Sobre la enseñanza de la escritura profesional. ¿Se puede enseñar a escribir para la universidad o historias de ficción o de la vida real?

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La ironía de la vida es que los que usan máscaras a menudo nos dicen más verdades que aquellos que tienen la cara expuesta.

Marie Lu

Se dice que toda persona que sepa leer y escribir podría componer las historias que se le antojarán. Falso. La inmensa mayoría de la gente que puede leer y escribir no tiene la menor idea de cómo relatar un cuento –ya sea ficticio o basado en la realidad– mediante el uso de la escritura; mucho menos elaborar textos especializados como un artículo, una monografía, o un libro de texto.

 Para algunos creadores, como novelistas, cuentistas y poetas, el término ‘escritor’ se circunscribe a la persona que narra historias –largas o cortas– o al individuo que elabora poesía a través de la escritura. Es decir, creen que ‘escritor’ es únicamente aquel individuo que se dedica a la literatura. Esto deja al margen a muchas otras personas que escriben otros géneros y que viven de la escritura.

 El uso de la palabra escrita tiene un alcance mucho mayor que los géneros literarios que tradicionalmente contemplan las bellas artes. La palabra escrita es la columna vertebral de las religiones (la Biblia, el Talmud, el Corán), el sustrato de la educación (libros de texto), el soporte de la filosofía y la política (tratados), la base de la ciencia y la tecnología (artículos, ensayos), el medio vital de los negocios y el desarrollo empresarial (obras basadas en experiencias), y también, como fue en el pasado, la entraña del intercambio epistolar.

 Una visión romántica es la del escritor comprometido consigo mismo y con la sociedad; consigo mismo, como dijera Avilés Fabila en “El escritor y sus problemas”, para ‘escribir bien’, y –con una mentalidad de justiciero–, para ‘luchar por constantes cambios en la sociedad’.

 En sociedades como la mexicana, donde aún persiste esa figura idealizada del escritor justiciero y la creencia de que “el escritor no se hace sino que nace”, convicción sostenida por novelistas y cuentistas reconocidos, ha repercutido negativamente por más de un siglo en la diferentes generaciones de mexicanos, pues los que supuestamente saben, los escritores, no se cansan de insistir cada vez que pueden que la escritura no se enseña, y que los talleres de escritura no producen escritores.

 Sobre esta cuestión, (1) no sé si se trata de egoísmo la insistencia de muchos escritores veteranos (y no tan veteranos) el negar rotundamente que se pueda enseñar a escribir a través de talleres y formar nuevos escritores –que en un futuro próximo serían competencia para los actuales dueños del balón–, (2) o ceguera, por no ver lo que ocurre, por ejemplo, en los países de habla inglesa donde se enseña a miles de jóvenes y adultos a escribir, o (3) burda ignorancia por no mirar más allá de sus narices.

 Basta ver los cientos de programas para la formación de escritores que existen en los Estados Unidos, muchos formales en universidades (como los Master in Fine Arts MFA),  y muchos otros más creados por los propios escritores (clásicos ‘writing workshops’ o ‘writing boot camps’), que están formando a las nuevas generaciones.

 Pero no solamente forjan autores para la literatura, sino para la ciencia, los negocios, la academia, la religión, la política, y hasta para el hogar, como madres que escriben sobre sus vivencias y entornos, y, además, publican y venden; tal es el caso de Julianna Baggott, que mientras escribía y publicaba se daba a criar a sus hijos, ahora jóvenes adultos.

 En la actualidad, Baggott cuenta con novelas y libros de poesía publicados, proyectos fílmicos y es conferencista, entre otras cosas. El grado de MFA que obtuvo le ayudó a manejar la escritura mientras era madre de familia, a pesar de que su madre le advirtió que lo único que obtendría sería “un título (de MFA) en hambre y pobreza” (Cheryl Dellasega. 2001. Mothers Who Write: Julianna Baggott. The Internet Writing Journal).

 Y, claro, también la persona puede aprender por sí misma, pero el autodidactismo escritural es el camino más largo, sobre todo porque en español casi no hay guías ni manuales para el autoaprendizaje, como por ejemplo la guía práctica “Gotham Writer’s Workshop” de New York, o la guía clásica de Zinsser “On Writing Well”, o el otro clásico “Writing Without Teachers” de Elbow, entre otros muchos más.

 Según Cecilia Capuzzi, del New York Times, en el año 2014 había en los Estados Unidos 229 programas de Master in Fine Arts (maestría orientada exclusivamente a formar novelistas, cuentistas, poetas, compositores, guionistas, escritores de ciencia, escritores de nonfiction, etc.), y 152 programas de Master in Arts con una especialidad en escritura creativa.

 En ese mismo año se graduaron aproximadamente 4,000 estudiantes. Para el mes de abril del año 2015, los programas recibieron alrededor de 20,000 aplicaciones de nuevo ingreso. Además, esta estadística no tomó en cuenta los talleres no académicos de escritura (como los que ofrecen escritores o instituciones privadas), que en cantidad superan a los de maestría.

 Y no es que todos los que ingresan a estos programas pretenden convertirse en novelistas o poetas; ¡para nada!, algunos se inscriben porque buscan aprender diversas técnicas de expresión escrita para utilizarlas en los negocios, en la universidad, en los medios de comunicación, y hasta en la propia vida personal.

 Hay bastantes escritores reconocidos egresados de los programas que enseñan a escribir, como Junot Díaz, Jhumpa Lahiri, Michael Chabon, Phil Klay, David Foster Wallace, Karen Russell, Mary Karr y cientos más.

 Básicamente, quien quiere hacer de la escritura parte de su vida profesional y/o privada, puede procurarse un buen arrancón comprometiéndose con un programa o taller de escritura bien diseñados; de otro modo, por la vía autodidacta, la curva de aprendizaje será lenta y muy tardada, perderá años de dedicación y entrega para alcanzar un nivel promedio.

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 Victoriano Garza Almanza

Frontera MEXUS

Marzo 15 del 2019